Era un viernes 20 de julio de 1810, en Santa Fe, la capital del virreinato de la Nueva Granada, el cielo se agitaba tanto como el ánimo del pueblo. Nadie se imaginaba lo que iba a pasar, pero todos sentían que algo estaba por romperse. El ambiente estaba cargado, como si la misma ciudad contuviera el aire.
Ese día, un grupo de criollos tenía un plan. Querían provocar una chispa, una excusa para reunir al Cabildo Abierto, armar al pueblo y romper, aunque fuera simbólicamente, con el poder español. Sabían que la situación política en España, invadida por Napoleón, abría una grieta. Y ellos iban a empujarla.
El encargado del acto fue Luis de Rubio, quien se dirigió a la tienda de José González Llorente, un comerciante español. La excusa: pedir prestado un florero para adornar la mesa de un banquete en honor a Antonio Villavicencio, un enviado del gobierno de Cádiz. Sabían que Llorente diría que no. Y así fue. El rechazo, con palabras despectivas, hizo estallar el grito que habían planeado.
En cuestión de minutos, la tienda se llenó de gritos, empujones y vidrios rotos. El tumulto creció como fuego en pasto seco. La noticia corrió por las calles empedradas de Santa Fe: “¡El español nos ha insultado!”, decían. La gente salió, primero con curiosidad, luego con rabia. En los cafés, en las plazas, en los portales, se hablaba de rebelión.
Esa noche, los criollos lograron lo que buscaban. Se formó una junta local de gobierno, se exigió la salida del virrey Amar y Borbón, y se proclamó, aunque con palabras aún cuidadosas, el inicio de un gobierno propio. Lo llamaron “fidelidad al rey Fernando VII”, pero ya no era obediencia ciega. Era el principio de otra cosa. Un cambio de rumbo.
Lo que nació ese 20 de julio no fue aún la independencia total, pero fue el primer paso. Fue el día en que el pueblo bogotano se atrevió a decir basta. A desafiar la corona. A imaginarse libre.
Desde entonces, Colombia recuerda ese día como el comienzo de su camino hacia la independencia. No fue un solo grito, fue una cadena de gestos valientes. Y todo empezó con un florero.
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